miércoles, 26 de octubre de 2016

Zorba el griego en la Gran Vía

Al que no haya visto la película "Zorba el griego" o no recuerde como suena un sirtaki, la danza tradicional griega, le recomiendo que vea y escuche al menos un fragmento del vídeo que he puesto aquí debajo. Para ponerse en situación, más que nada. Y porque vale la pena.




El asunto es que los martes por la tarde solíamos juntarnos a tocar la guitarra un grupo de amiguetes y un día estuvimos ensayando un poco algunos acordes del conocido tema de la película compuesto por Mikis Theodorakis (solo el nombre ya suena a sirtaki). El caso es que a José Manuel, que aunque llevaba poco tiempo con esto de la guitarra se lo tomaba muy a pecho, le gustó  enseguida la cadencia casi hipnótica de esa música y allí estuvimos dándole un buen rato. Hasta ahí todo normal. 

El jolgorio empezó a la mañana siguiente de ese ensayo, cuando me dirigía al trabajo. Todavía era de noche. Después de aparcar la bicicleta en Económicas estaba cruzando el bulevar de la Gran Vía cuando vi unos metros más abajo al mismísimo José Manuel. Ni corto ni perezoso me dispuse a darle una sorpresa a tan temprana hora. Me aproxime a él por detrás tarareando el "sirtaki" que practicábamos el día anterior. Empecé bajito, pero al ver que no me hacía caso comencé a aumentar el volumen al tiempo que bailoteaba a su lado creyéndome el mismísimo Anthony Quinn. Qúizá llevaba auriculares y por eso no me oía.  Ya cantaba a grito pelado cuando le eché el brazo por encima para que se uniera a la fiesta al estilo de la famosa danza cuando le vi la cara por primera vez. ¡Tierra trágame! ¡No era José Manuel! Era un tío que me miraba con cara entre asustada y perpleja.  Intenté disculparme atropelladamente, pues estaba algo sofocado por el canto y el baile, pero por su expresión me da que no creyó ni una sola palabra de lo que le decía.  El hombre fue acelerando el paso, alejándose de mi, seguramente convencido de que yo era un enajenado que la había tomado con él  así, sin más ni más, por puro azar. ¡Dios, qué ridículo me he sentí! 

Pero qué magnífico hubiera sido acabar bailando esa danza con un desconocido, con los brazos enlazados, como Zorba y su amigo.  En medio de la Gran Vía. Un día cualquiera a las ocho de la mañana.

jueves, 6 de octubre de 2016

Y ya van tres maratones entrenando solo una hora al día

La primera la corrí en 2013, con 51 añitos. En 2014 descansé. Después vino la de 2015. Y este 2016 la tercera. Y las tres las he corrido con el mismo plan de entrenamiento. Es decir, sin entrenar más de una hora. Bueno, un par de días, saliendo con mi grupo, me he pasado un poco y he llegado a la hora y media. Pero desde luego ha sido una cosa puntual.

Estos son los componentes de mi grupo, el 7:45, que participamos en la maratón y en la 10k. ¡Un gran equipo!
Quizá alguien se pregunte porqué me he empeñado en preparar mis maratones de esta forma tan simple y en contra de lo que proponen la práctica totalidad de planes de entrenamiento que circulan por ahí. Pues lo primero por cabezonería. Sí, aparte de grande, en las fotos se puede apreciar, también la tengo dura. La cabeza, se entiende.  Y como buen maño, aunque sea de adopción, todos los comentarios que he oído o leído en contra de mi método no han hecho sino reafirmarme en mi voluntad de seguir con mi táctica. ¿Que no se puede? ¡Estaríamos buenos!
Mi plan de este año. Sujeto a la nevera con imanes. Exactamente igual que en los dos años anteriores. En la última semana, que está sin marcar, entrené un sólo día, el martes. Después descansé hasta la carrera del domingo.
Otro factor que también ha influido notablemente en mi decisión de seguir este plan ha sido su sencillez y comodidad. Para qué nos vamos a engañar. Es mucho más cómodo entrenar una hora que dos. Además interfieres mucho menos en tu vida cotidiana. Y por supuesto llegas mucho más descansado al día de la carrera.
Con mis compañeras Isabel y Charo. Esto era a los pocos km de empezar. Completamente frescos.

Pasando por el parque Grande. Sobre el km 20. Todavía vamos bastante bien. Con gorra, Salva, un compañero que en esta edición no corrió pero que estuvo animando, como muchos otros, en varios puntos del recorrido.

La llegada a meta. Un gustazo tremendo. Aquí no está Isabel, que como iba muy bien  se escapó los 4 últimos kilómetros y consiguió hacer  podium. ¡Segunda de su categoría!

En resumen. Después de tres ensayos exitosos, creo que la estadística me respalda suficientemente para poder afirmar con rotundidad que es posible correr un maratón con un entrenamiento bastante asequible para todo el mundo. Solo hay que ser constante. Como con cualquier otra cosa que uno se proponga. 

miércoles, 20 de julio de 2016

Cookies, magdalenas y comisiones. O el ataque de los mensajes cansinos.

Cada uno organiza su tiempo como buenamente puede. Pero es curioso ver como  hay algunas leyes o normativas empeñadas en hacérnoslo perder sin una causa justificada. Ahí van un par de ejemplos que supongo reconocerá todo el mundo:

Cookies y magdalenas


No sé vosotros, pero yo empiezo a estar hasta la coronilla del dichoso mensajito sobre las cookies. Cuando navegas en pantalla grande, es un rollazo, pero se va soportando. Lo malo es cuando usas el móvil: cuando crees que has encontrado lo que buscabas, ¡zas! te aparece el puñetero aviso ocupando media pantalla. Y  lo peor es que cuando intentas darle a la crucecita para ocultarlo, si es que la encuentras, pues su tamaño suele ser minúsculo, lo que  pasa es que con el dedo le das a otra zona y activas otra pantalla que no te interesa para nada. En fin. Un sinvivir. 


El fastidioso y siempre repetitivo mensaje. Un paso atrás en el avance de la informática. ¿No se inventó entre otras cosas para ahorrarnos tareas repetitivas? Pues toma.


Muchos nos preguntamos qué sentido tiene la repetición cansina del mismo mensaje en cada nueva web que visitas. Me da que el legislador que parió la idea no estaba muy puesto en esto del internet. ¿No sería más fácil utilizar la configuración del propio navegador para decidir si quieres bloquear o no la posibilidad de que todos los sitios web utilicen cookies en tu dispositivo, así de un plumazo? De hecho esa es una de las opciones que incorporan todos los navegadores. Lo que me lleva a la siguiente cuestión: si tienes activada esa opción de "bloquear cookies", ¿de qué sirve el dichoso mensaje? Esto es algo tan absurdo que me hace sentir como aquel camarero del chiste en el que un cliente pedía un café con leche y una magdalena en un bar. Al decirle el camarero que no tenían magdalenas, el cliente pensaba un poco y decía - pues entonces... un cortado... y una magdalena- Perdone señor, ya le he dicho que no tenemos magdalenas- Ah si, pues póngame un té.... y una magdalena-  y así  hasta la desesperación absoluta del camarero. Galletas o magdalenas, que mas da. Pero por favor, ¿no valdría con decirlo una sola vez?


Comisiones en cajeros


Esto es un poco menos molesto que lo de las cookies, pero también tiene su cosa. Desgraciadamente parece que se han acabado los tiempos en que podías sacar dinero de cualquier cajero automático que perteneciera a tu red, 4B, Servired, etc. Ahora hay veces que tienes que patearte media ciudad para dar con uno que no te cobre. Es un engorro, si, pero no acaba ahí la cosa. Una vez que ya has localizado el tuyo y seleccionado la cantidad que quieres sacar,  nuestras entrañables entidades bancarias han decidido obsequiarnos con el siguiente mensaje en mi opinión totalmente innecesario:



Y digo yo: está bien que te avisen si te van a cobrar comisión a ti. Pero si no, para qué nos hacen perder el tiempo. ¡Qué demonios me importa si le cobran al banco 0,60,  1,85, o 500 euros!  ¿Qué pretenden con este mensaje? ¿Darnos pena para que saquemos poquitas veces no vaya a ser que se arruine nuestro querido banco? El colmo es que en una de las dos entidades con la que trabajo, me sale el mismo mensaje incluso cuando utilizo su propio cajero. Flipante.

En conclusión, este es mi mensaje a quien corresponda:

Vista la cantidad de información que recibimos a diario, les importaría dejar ya de darnos la brasa con mensajitos innecesarios. Gracias.

lunes, 4 de julio de 2016

Preparar un maratón: un buen plan para el verano

Esto va que vuela. De las rebajas de enero a las de verano y ni me he enterado. Cierto es que he estado poco activo en el blog durante estos meses. Y sin embargo, lo que son las cosas, he tenido más visitas que nunca. Y todo porque a los de Runner's World se les ocurrió enlazar uno de mis post en su facebook. Casi 20.000 visitas en un par de días, y aun duran las secuelas. La lástima es que el mérito no fue mío, sino de Mario Vargas Llosa y de un artículo suyo sobre el asunto del correr que encontré por ahí y me pareció interesante rescatar. Por cierto, mucha gente me puso a caldo por mis comentarios sobre el texto original. En fin.  Pero bueno, yo creo que ya está bien de vivir de rentas. Al tema.

Como el día 30 de junio era el último con precio rebajado en el maratón de Zaragoza  (otra vez las rebajas persiguiéndome) me dije, ahora o nunca, y me apunté sin pensarlo demasiado. Así que ya no hay vuelta atrás: este verano no me quedará más remedio que volver a disfrutar del frescor del amanecer día sí, día no, más o menos. ¡Qué se le va a hacer!

Ya se que soy un pesado. Todos los años con la matraca de "madrugar". Pero es que vale la pena. En serio.
 Visto así no parece un mal plan, ¿a que no? Pues claro. Todo lo contrario. Además es compatible con casi cualquier otro, playa, montaña, ciudad, es cuestión de organizarse y madrugar  una hora antes de lo previsto. Con eso basta. El resto del día, tanto si estás trabajando como de vacaciones, se encara con una vitalidad tal que justifica más que de sobras el pequeño esfuerzo de levantarse a esas horas. ¡100% garantizado!

O sea que lo primero que he hecho ha sido volver a pegar en la nevera la versión 2016 de mi plan de entrenamiento. El mismo que seguí con éxito en 2013 y 2015. ¿Para que cambiar?

Mi plan de entrenamiento para la maratón. Como resulta evidente, más sencillo no puede ser.
En teoría empiezo hoy, pero como en la práctica no he dejado de correr unos tres días por semana de forma habitual, pues digamos que voy a ir enlazando suavemente con el programa. Es decir, siguiéndolo, pero con cierta flexibilidad. Como novedad este año he añadido una cuadrícula donde iré tachando los días que corra. Así no tendré que forzar demasiado mis maltrechas neuronas para comprobar si voy cumpliendo.

Una cosa importante. Después de la serie de desgraciados accidentes que últimamente se han producido en diversas pruebas de fondo no se me ocurriría nunca recomendar a nadie que siguiera este plan. Ni ningún otro, claro. Que cada cuál haga lo que crea que debe hacer. 

Pero no nos pongamos dramáticos. De momento se trata de disfrutar al máximo del verano y de paso mantenerse en forma sin machacarse demasiado. Y en eso si que puedo asegurar que los resultados están garantizados. Lo de la carrera ya es lo de menos. Como si no se corre. Qué mas da. Vale, sí,  es la guinda del pastel. De acuerdo. Pero lo verdaderamente importante ya lo habremos hecho. Y no sólo eso sino que los beneficios de todo ese esfuerzo los habremos disfrutado durante todo el verano. Ese es el secreto.

sábado, 27 de febrero de 2016

Una tarde en las Rebajas

Está más que comprobado que cualquier persona civilizada y educada puede perder los papeles si se encuentra en una situación lo suficientemente estresante. Quién no se ha puesto como un energúmeno al volante alguna vez. O quién no se ha acalorado más de la cuenta por una discusión sobre fútbol, o cualquier otro tema intrascendente. Bueno, pues otra de las situaciones que más estrés generan, siempre dentro de la burbuja esta del primer mundo desde la que escribo esto,  son las "Rebajas". A los hechos me remito.

Siempre me han parecido bochornosas y completamente ajenas a mi las imágenes del primer día de rebajas que suelen dar año tras año por televisión. Esas aglomeraciones a la puerta de los grandes almacenes esperando la hora de apertura me inspiraban en el mejor de los casos vergüenza ajena. Pero como nunca se puede decir, de este agua no beberé, ahí va mi historia. No me siento especialmente orgulloso de mi papel en este sainete, pero... así sucedió.

La parte que podría llamarse "El principio de todo"

Resulta que mi hijo pequeño nos había pedido unas zapatillas de fútbol-sala último modelo para Navidad. Unos días antes de marcharnos al pueblo las estuve mirando y las vi en el Corte Inglés. Para ser de plastiquillo me parecieron carísimas,  ¡60 euros! Pero como era lo único que pedía, pues hice de tripas corazón y me las envolvieron para regalo. Hasta ahí todo normal. El asunto se puso interesante el día 8, cuando ya estaban en marcha las Rebajas.


Las zapatillas de marras.

Como decía al principio, no soy muy de rebajas ni de gastar sin más ni más, pero esa tarde estaba dando una vuelta por el centro y me puse a curiosear un poco por la planta de deportes de Independencia. Aunque casi nunca compro nada, suelo echar un vistazo por allí de vez en cuando. Pues bueno, cuando pasaba por la sección de  zapatillas me acerqué  por ver si estaban las que le había regalado a mi hijo y... justo. Allí estaban. En primera línea. Al 50%.  Inmediatamente se me puso cara de tonto. ¡Esa humillación no podía quedar así!

La parte que se podría llamar "Crímen y castigo"

Mientras bajaba a casa iba urdiendo el plan. Devolvería las zapas y compraría otras iguales al precio rebajado. Como soy muy mirado, me daba cosa devolverlas y comprarlas yo mismo, no fueran a pensar que era un aprovechado sin pudor alguno, así que impliqué a mi mujer en la trama. Para evitar el problema de que justo a la hora de adquirir las nuevas zapatillas rebajadas no hubiera de la talla del niño, un 45 calza la criatura con 14 añitos, le dije a mi mujer que subiera ella primero y las comprara. Luego una vez que saliera del establecimiento, donde estaría yo esperando, entraría y haría la devolución como si tal cosa. Un plan sencillo. Aparentemente.

Subimos juntos en el tranvía repasando los detalles. Mi mujer aun le echó un último vistazo a las deportivas para asegurarse de cuál era el modelo exacto. Me sentía como un delincuente ultimando los pormenores de un crimen. Una turbadora mezcla de excitación y culpa. En esos pensamientos estaba cuando vi salir a mi esposa con la bolsa roja conteniendo el preciado "botín", nunca mejor dicho. Casi ni nos miramos, no hubiera alguien al tanto de nuestras maquinaciones.

Ya en la planta de deportes me acerqué nervioso al dependiente. Era el mismo joven simpático y deportista que me había atendido amablemente hacía unos quince días, cuando hice la compra. Como ya había asumido mi condición de miserable sin escrúpulos, no me importó mentir y excusar mi devolución aduciendo que al niño le habían regalado otras iguales. Patético, ya que el chico no me había pedido ninguna explicación. Solo el ticket de compra. El mismo ticket que antes de salir de casa me había asegurado de poner en la bolsa junto con la caja de las zapatillas. Pero... ¡Horror! ¡No estaba allí! Le di la vuelta a la bolsa, abrí la caja, rebusqué en todos los bolsillos ante la mirada entre reprobatoria y compasiva de dependientes y público en general. Nada. No me cabía duda de que Dios me había castigado por mi ruindad. Sí, tenía lo que merecía.  Mientras bajaba por las escaleras mecánicas como un cerdo colgado de los ganchos del matadero iba pensando en dónde demonios había podido perder el maldito ticket de compra. De repente  tuve una revelación. Como a cámara lenta me vi a mi mismo sacando la caja de la bolsa en el tranvía cuando mi mujer quiso ver el modelo por última vez. ¡Estúpido de mi! En ese momento se debió de caer el dichoso papelito. En medio del tranvía.

La parte que podría llamarse "El último tranvía"

El rencuentro con mi mujer fue algo tenso, la verdad. ¿Qué haces que bajas con las zapatilla otra vez?- me dijo- He perdido el ticket. -¿Eh? pero, ¿dónde lo llevabas?- Lo había puesto en la bolsa junto a la caja de las zapatillas.- Ya. ¿Y por qué no lo guardaste en la cartera o en un bolsillo como hace todo el mundo?- Yo qué se. Pensé que allí estaría más seguro. Pero claro, como me hiciste sacar la caja de la bolsa en el tranvía, pues allí se caería- No, si encima la culpa la tendré yo. ¡Lo que me faltaba! - No cariño, no quería decir eso... - Ya, ya... Bueno pues quédate tú con las dos bolsas de zapatos que me voy a dar una vuelta- Vale. Yo voy a intentar recuperar el ticket. - Iluso, como que lo vas a encontrar así como así. - Bueno, al menos lo intentaré. Hasta luego cielo.-Adiós.
En fin. Mi plan había fracasado estrepitosamente. Sólo me quedaba una remota esperanza de arreglar un poco aquel desaguisado: encontrar el ticket.

El tranvía de Zaragoza. 

Y a eso me puse. Antes de nada utilicé el móvil para consultar los tiempos entre paradas y así pude calcular más o menos  cuando volvería a pasar en dirección contraria el convoy en el que habíamos subido hacía un rato.  Para afinar más, introduje mi tarjeta bus en la máquina y pulsé "consultar", así pude ver que habíamos montado en la parada de mi casa a las 17:53. Con esto deduje que el tranvía-objetivo podría estar a punto de llegar a "Plaza de España", donde me encontraba. Aunque probablemente habría un tiempo de maniobra para el cambio de sentido en el final de línea que debería tener en cuenta. Pero como no podía fiarme pensé que lo mejor sería ir subiendo y bajando en paradas consecutivas para poder revisar varios trenes y aumentar así las probabilidades de éxito.

La primera intentona resultó frustrante. En "Plaza de España" el tranvía iba hasta los topes, como cabía esperar en un primer sábado de rebajas, claro. Apenas pude moverme para intentar mirar de lejos por la zona que creía habíamos ocupado al subir. Me bajé algo desanimado en "Plaza del Pilar" y esperé al siguiente confiando en tener mejor suerte. Esta vez, aunque también había mucha gente, se fue bajando en las siguientes paradas y pude inspeccionar a fondo todos los rincones por donde sospechaba podía haber caído el ticket. Algún papelito me aceleró el pulso por un instante, pero al verlo de cerca, nada. Ya me había pasado de la parada de mi casa y las posibilidades de éxito estaban casi agotadas. Paré en "Campus Norte" y me puse a esperar mi último tren.

La parte que podría llamarse "Vuelta a casa"

No había nadie en el andén. En los cinco minutos que estuve allí, con los dos pares de zapatillas, las normales y las rebajadas, me pregunté qué sentido tenía toda aquella peripecia. Por suerte no me dio mucho tiempo a reflexionar porque enseguida apareció allí el tranvía. Iba prácticamente vacío. Me dispuse a entrar por la puerta mas próxima a la zona caliente y... !Zas! Nada más entrar lo vi en el suelo. Justo en el sitio que había imaginado. Me abalancé como un loco ante el asombro de una parejita que estaba al lado y lo agarré con fuerza. Casi no tuve ni que mirarlo. Era mi ticket. ¡Lo había encontrado! Por primera vez en aquella tarde sonreí y me sentí plenamente relajado. Y no por haber recuperado aquellos 60 euros, que también, sino por haber recuperado algo mucho más valioso. Otro tipo de papeles que había perdido aquella misma tarde.




sábado, 6 de febrero de 2016

Un poco sobre mi madre.

Qué decir cuando se acaba de morir tu madre. Todo sería poco. Por eso sólo quiero reproducir esta breve nota que amablemente me publicaron en el periódico de mi pueblo, Barbastro. Una pequeña ciudad donde mi madre nació y vivió intensamente hasta el último día. Y donde no creo equivocarme si digo que fue feliz, quizá de la única forma en que se puede ser feliz: intentando hacer felices a los demás.



María Jesús Puertas Lagüens. Barbastro, 1931-2016
Publicado en "El Cruzado Aragonés", 5 de febrero de 2016

"María Jesús: el único nombre verdadero". Esa era una de las ocurrencias que le solía espetar mi madre al cura de San Francisco, o al mismísimo obispo si se terciaba, cualquier domingo al salir de misa. En realidad, más que por presumir de que su nombre reunía a los dos principales de la cristiandad, que también, era por entablar conversación. Porque esa era una de sus pasiones. Y no se cortaba ante nadie. Ya podía estar junto al personaje más insigne. En cuanto veía la ocasión, zas, se plantaba a su lado y le soltaba cualquier cosa que viniera a cuento. Porque esa es otra, conocía a todo el mundo y de todos sabía algo de su vida y obra. Y si el protagonista lo requería, le endosaba uno de sus famosos pañitos de ganchillo, de los que hizo y regaló  cientos y cientos entre amistades, conocidos y demás. 
Al ponerlos juntos para hacer la foto me he dado cuenta de que los colores del pañito y de los caramelos coincidían perfectamente. Y es que, en esencia, eran exactamente lo mismo.


Ya en los últimos años, cuando no podía tejer, sustituyó esa especialidad por unos caramelos de gominola, que compraba al por mayor y repartía a diestro y siniestro no solo a los niños con los que se topaba, que eran otra de sus debilidades, sino también al dependiente, al frutero, al técnico de la caldera del gas, al practicante que le controlaba el sintrón... Lamentablemente esta semana pasada, cuando la ingresaron en el hospital, ya no pudo regalarles nada a las enfermeras. Ni enseñarle las fotos de sus nietos a la vecina de habitación, con la que después de mucho hablar seguro  hubiera encontrado algún parentesco en común. Esta vez no pudo ser. Entre lágrimas, al recoger sus cosas, en el bolsillo del abrigo encontré un puñado de aquellos caramelos. Cada uno envuelto en su celofán. Listos para la entrega. Tan dulces y tan tiernos como el amor que ella nos dio, a raudales, durante toda su vida. Un amor tan grande que perdurará para siempre en nuestros corazones.


En 2012, durante un emotivo homenaje que por sorpresa, para mí también,  le prepararon mis amigos con motivo de nuestra entrada en los 50. Fue nombrada simbólicamente "Madre de todos". María Jesús se hacía querer.



sábado, 2 de enero de 2016

El calamar bravo

Alguna vez lo he citado de pasada, pero creo que este singular establecimiento y su famosa especialidad merecen una reseña en exclusiva. Visitar Zaragoza y no probar una ración de calamares bravos en "El Calamar Bravo", es como pasarse por la capital maña y no acercarse a la plaza del Pilar. Vamos, para hacérselo mirar.

Y tiene que ser en "El Calamar Bravo". No valen imitaciones. A este respecto puede ser esclarecedora la siguiente anécdota: estando hace unos años en un bar de Zaragoza, mientras ojeábamos la carta de bocadillos, le sugerí a mi hijo mayor que probara el de "calamares bravos", de cuya versión original le había hablado ya en varias ocasiones pero no había llegado a probar. El chaval, con mejor criterio que yo, me sorprendió gratamente con la siguiente respuesta: "No papá. No quiero perder la virginidad con un sucedáneo. Prefiero esperar." ¡Vaya lección me dio! Al poco fuimos al sitio original y cómo no, quedó saciado y rendido para siempre al suculento manjar. 

Recuerdo perfectamente la primera vez que los probé. Fue en 1980, mi primer año de estudiante en Zaragoza. Mi amigo Amado, que en aquellos momentos estudiaba para cura, nos llevó a unos cuantos de Barbastro al minúsculo local que ocupaba en aquella época "El calamar bravo" en la calle Moneva. Como por lo visto era costumbre, estaba abarrotado de clientes, pero valió la pena. Fue como una revelación. Nunca habíamos probado nada tan sabroso: los calamares tiernos, la salsa aparentemente suave pero con un fondo potente  que persistía durante horas, el picante en su justa medida... En fin. Que desde entonces he permanecido fiel a esta delicia y raro es el mes en que no cae como mínimo una ración compartida regada con una cañita de cerveza. Afortunadamente mi mujer es también ferviente devota de esta contundente tapa.

Esta es una ración sencilla de calamares bravos. Hay que probarlos. Sí o sí. Con esto es suficiente para un aperitivo, pero si tenemos buen saque y queremos quedarnos ya cenados podemos optar por el bocadillo, que viene a ser la misma ración, pero envuelta en un generoso y tierno panecillo.

Ayer mismo, para celebrar el año nuevo, nos plantamos allí con otra pareja de amigos y nos zampamos dos raciones dobles; una de calamares y otra de patatas bravas, también muy recomendables y aliñadas con la misma salsa. Después de las fiestas navideñas, después de días de comidas copiosas y elaboradas, fue entrar en el bar y retroceder en el tiempo 35 años: el mismo aroma, los mismos problemas para encontrar sitio en la barra, la misma increíble densidad de camareros por metro cuadrado. Y todo volvió a ser tan nuevo, tan intenso  como la primera vez.