lunes, 23 de diciembre de 2013

¡Que no me toquen los huevos!

Hoy quiero hablar de un tema muy serio: Desde hace unos años  los "huevos rotos" se han convertido en uno de los platos reclamo en restaurantes y chiringuitos de todo pelaje. Supongo que la inusitada popularidad de esta simple e innecesaria  receta  se debe al mundo del famoseo, casa real incluida. Parece ser que esta gente no se había comido unos huevos con patatas en condiciones en su vida y tuvo que pasar por casa Lucio o similares para que se los sirvieran en bandeja y ya medio masticados, no se fueran a atragantar.

Y es que lo que no puedo entender de ninguna manera es qué necesidad hay de que el cocinero de turno te rompa los huevos encima de las patatas. ¿Qué motivo hay para semejante tropelía? ¿Es que  se supone que los comensales no sabemos romperlos con tanta gracia? ¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco o qué? 

Unos huevos fritos con patatas y jamón de toda la vida. Ayer los hicimos  y nos los zampamos con mi hijo (él, este plato en concreto y yo, otro igual). Aun me tiemblan las piernas cuando lo recuerdo.

Vamos a ver, toda la vida se ha visto que cuando se hacían huevos fritos para un grupo, nadie en su sano juicio quería el que se le había roto la yema. Da igual que se acabara de romper justo en el momento de echarlo en el plato. Y ahora qué pasa, ¿que a nadie le importa que te los destrocen adrede, con saña y si te descuidas delante de tus narices? Venga, no me jodas. La gracia y la grandeza del huevo frito, probablemente el mayor logro gastronómico de la humanidad, consiste precisamente en administrar al gusto de cada cual el modo en que se saborea tan exquisito manjar. Y muy especialmente esto es así en lo tocante a la eclosión de las yemas, auténtico climax sensorial, que puede abordarse de distintas formas; con un pedazo de pan, con una patata frita o incluso con  tenedor y cuchillo (los hay así de salvajes) si así se nos antoja, pero siempre según el criterio de cada uno.  Y no solo la forma es importante, el tempo con el que se degusta el plato tiene igual o mayor trascendencia, y cada uno sabe el ritmo que debe llevar para obtener el máximo placer. Si, exactamente igual que en otros íntimos menesteres. De hecho, cuando hablamos de una ración con dos o más huevos, que es lo normal, y sabemos dosificar bien esos momentos críticos,  la experiencia puede llegar a ser auténticamente multiorgásmica. El que lo ha probado lo sabe. 

Por eso, dejar que alguien te estropee tan intenso goce, y encima te cobre, no tiene ninguna justificación. Si algún día caigo por un restaurante  de esos de relumbrón, cosa que dudo, y se tercia el tema,  pienso pedir explícitamente "huevos fritos sin romper con patatas" bajo amenaza de cortarle los suyos al cocinero si veo que ha mancillado en lo más mínimo la integridad de los que me sirven. Que no me toquen los huevos. 


Otras entradas relacionadas:




viernes, 20 de diciembre de 2013

Niebla

Me gusta la niebla. En Zaragoza hemos estado casi dos semanas metidos en una nube.  Ha sido una pasada. No digo yo que el sol no tenga su utilidad, y que incluso se agradezca en algunas ocasiones, pero como contexto estético, por favor, no tiene nada que ver. "La tristeza genera belleza". Eso me dijo un día  Manuel Vilas cuando estábamos en la residencia de estudiantes. No se si esa frase se la inventó él o es algo que se enseña en las escuelas de poetas, pero es un hecho evidente, al menos para los que tenemos cierta tendencia a la melancolía.

El martes pasado, inspirado por el ambiente particularmente gris,  me quité los guantes y tomé unas cuantas fotos con el móvil de camino al trabajo. Hacía frío a esas horas, y más yendo en bici, pero quería captar algo de esa luz tan especial.


Cruzando el puente de Santiago hice esta foto a una mano mientras pedaleaba. Creía que no saldría nada y sin embargo, no quedó del todo mal.

Independencia. La calle principal de Zaragoza. ¡Qué bien le sienta esa suave pátina gris! ¡Si parece una ciudad del norte de Europea!
¡Ah! Pero todo lo bueno se acaba. Ayer salió el sol. Así sin más. Fue como cuando estás soñando, calentito en la cama, y alguien enciende la luz de la habitación, a mala leche. Muy desagradable. Y para colmo, hoy el cierzo se ha unido a la fiesta. Menos mal que anuncian lluvias para la semana que viene. Y todo volverá a ser triste y hermoso, otra vez.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Correr una maratón sin hacer tiradas largas. Un plan sencillo

Como decía en la primera entrega sobre mi debut en la maratón, mi lema durante la fase de preparación fue aquel de  "a la maratón hay que llegar fresco, que no crudo". Y ese fue el fundamento del plan que seguí y del que voy a hablar a continuación.

Antes que nada tengo que decir que  me lo recomendó mi admirado Pedro Justes, compañero y amigo del grupo 7:45. Él lo utilizó para preparar su primera maratón allá por el año 1995 y le funcionó. ¿Por que no había de servirme a mi? La única diferencia era que él tenía por aquel entonces unos 20 años menos que yo ahora. Pero qué son 20 años.

Me dejo de rodeos. Ahí va el plan:

En este papelito que todavía tengo pegado en la nevera está todo. ¿Sencillo verdad? Cabe en media cuartilla y no tiene complicadas instrucciones como la mayoría de los planes que circulan por ahí, que solo de leerlas se le quitan a uno las ganas.  Y como se puede ver,  no hay que correr más de una hora al día. ¡Que más se puede pedir!
En el propio papel fui marcando los días que cumplía con el programa. Algunas semanas, como la 4ª por una pequeña torcedura, no lo pude completar. En otras sin embargo, como en la 7ª, salí a correr un día más para compensar la semana anterior. También tengo que confesar que hubo dos o tres días en los que corrí una hora y media. Y también debo reconocer que un domingo me hice 20 km. Pero salvo esas pequeñas variaciones fui bastante fiel al programa original.

Por supuesto que no puedo garantizar a nadie que este sistema le vaya a funcionar. Pero supongo que lo mismo se podría decir de cualquier otro plan, llamémosle "convencional", mucho más duro y difícil de seguir. Es mas, me atrevería a asegurar que más de uno  de los muchos corredores que llegaron a la meta en  peores condiciones que yo, debió de seguir uno de esos planes "convencionales".

Finalmente si alguien está interesado en probar este método, puede solicitarme la hoja excel que he preparado. Solo hay que poner el día de la carrera y automáticamente se completan las fechas de las 12 semanas previas.


miércoles, 9 de octubre de 2013

Mi gran carrera griega. Maratón de Zaragoza 2013. (La carrera)

Continua de (El previo)...

A pesar de que casi no tenía tiempo material decidí seguir aquel sabio consejo que un anciano moribundo le dio a su hijo justo antes de expirar: "Charlie hijo mío, no olvides esto: nunca dejes pasar una oportunidad de mear." Había cola para entrar en los lavabos pero se avanzaba rápido. Cuando ya estaba a las puertas vi que el personal se metía indistintamente en el de chicos o chicas. A mi me tocó este último. Entré con el aplomo que da  el saberse respaldado por una situación de emergencia. Total, para no llenar ni un frasquito de análisis. Lamentable.

Así que con tan escaso alivio, llegué a la linea de salida casi justo en el momento del pistoletazo, por lo que tuve que salir desde las últimas posiciones. A esto ya estoy acostumbrado, y la verdad es que se sale mucho más tranquilo. Durante los primeros minutos me situé junto a Irina, una de mis compañeras del 7:45 que también debutaba en la distancia. Me dijo que iba a ir a su ritmo y que pensaba acabar en unas 4 horas 40 minutos. La vi tan tranquila que estuve seguro de que iba a conseguirlo.

En esta foto estamos mas o menos la mitad de los componentes del grupo 7:45 que participabamos en la maratón. Ascen, Irina y yo, que aparecemos juntos en la imagen, eramos algunos de los que  nos enfrentábamos por vez primera a los 42 km.

Es increíble lo fresco y eufórico que se encuentra uno cuando da las primeras zancadas en una carrera. No se si es por la adrenalina, las endorfinas, o por alguna otra sustancia psicotrópica generada por el propio cuerpo, pero el caso es que sale uno como una moto. En esa misma nube debía ir un compañero de equipo, cuyo nombre no recuerdo ahora, ya me perdonará,   que estuvo algo más de un kilómetro cantando a grito pelado la canción de Rocío Jurado "Como una ola", ante el asombro y vítores de público y corredores. Y aunque no entonaba nada mal, también hubo algún aguafiestas que vaticinó: "cuando lleves dos horas corriendo no cantarás tanto." Evidente. Conforme pasa el tiempo se van atemperando los ánimos y uno empieza a ver cada vez con mayor claridad donde se ha metido.

Ignacio, un amigo corredor que ahora está en Denver, me dijo una vez que hacer una maratón era como ir de tapas: "hay que beber y comer todo lo que te pongan." Y creo que fue un acierto seguir a pies juntillas su consejo. En el primer avituallamiento, aunque no tenía nada de sed, agarré el botellín de agua y me lo fui bebiendo a pequeños sorbos. Como había uno cada 5km  prácticamente me pegué  toda la carrera con una botella de agua en la mano, cosa que, para mi sorpresa, no me causó mayores molestias. Un truco que me vino muy bien, y que aprovecho para recomendar, fue que en el bolsillo del pantalón me había guardado un tapón de los de pitorro que salen en los botellines de agua para niños. Cuando cogía una botella nueva se lo ponía y así bebía de forma mucho más cómoda. Y de esta manera, entre trago y trago, fuimos recorriendo los barrios de Zaragoza. Hacía una mañana estupenda.

Durante el primer tercio de la carrera iba viendo a una distancia asequible el globo de las 4 horas, donde iban situados Ascen y Javier, de mi grupo. En algún momento llegué a ponerme a su altura, pero era tal el apelotonamiento de gente que preferí quedarme un poco rezagado y tener más aire fresco. ¡Igualico que los fórmula 1! A partir del km 15, aparte de agua daban también vasos de bebida isotónica y trozos de plátano. Al parecer el nutricionista del que hablé en el primer capítulo no asesoró a la organización en este tema. Me acordé de Rafa Nadal y me fui comiendo y bebiendo despacio todo lo que me ofrecían. A estas alturas, entre el km 20 y el 30, no puedo decir que toda esa mezcolanza de agua, plátano y Powerade me pasara tan suave como cuando te tomas un aperitivo sentado tranquilamente en una terraza, pero certifico que no noté ningún síntoma de indigestión ni nada parecido.

Aquí iríamos por el km 20 o así.  Una de las manías que tengo cuando estoy en una carrera es la siguiente: en cuanto veo  a un corredor mas o menos de mis características que va  a mi ritmo durante un rato, ¡zas! le empiezo a dar palique.  En este caso mi víctima fue Carmelo, un tío muy majo de Alcolea de Cinca con el que compartí mas de media carrera. Un placer.

Y así entre la cháchara con Carmelo, el trasiego de botellines, tapones, plátanos y demás, resulta que me había plantado en el km 35 casi sin enterarme. Y para 7 km que quedaban tampoco iba a quedar mal. Eso si, estos últimos se me hicieron mucho más duros que el resto. No es que me topara con el famoso muro,  o al menos eso creo, pues en ningún momento me encontré tan echo polvo como para tener que parar, pero si note como una especie de rampa que se iba haciendo más y más empinada cuanto mas me acercaba a meta y que me hizo reducir bastante el ritmo que había ido llevando hasta entonces. Se me hizo largo el final. Pero como a esta alturas ya tenía claro que iba a llegar, pues entre los ánimos de compañeros del 7:45, de familiares, de amigos, y del público en general... al final vi la meta a lo lejos y para allí que me fui.





miércoles, 2 de octubre de 2013

Mi gran carrera griega. Maratón de Zaragoza 2013. (El previo)



Después de un verano preparándome para correr mi primera maratón, llegó por fin la semana decisiva. Desde julio  había estado siguiendo un plan de entrenamiento bastante llevadero y del que hablaré en detalle en otro momento. Solo adelanto que el espíritu de ese plan, o la adaptación que hice de él,  podría resumirse en la siguiente frase: "A la maratón hay que llegar fresco, que no crudo".

Así que a siete días para la carrera, ya con todo el pescado vendido,  la duda de si estaría preparado o no empezó a inquietarme de manera insistente. Otra fuente de desasosiego fue que en mi hoja de entrenamientos ponía que esa última semana tenía que salir a correr tres días (a razón de una hora cada día). Como me pareció algo excesivo, ya sabéis, para lo de llegar fresco, consulté al oráculo. El gran Pedro Justes, mi principal mentor y guía espiritual en esto de la corrienda, me dijo que él solo iba a correr un rato el miércoles y el resto de los días a descansar. Dicho y hecho. No hay nada como escuchar los consejos que uno desea oír. Aun así, los cuarenta minutos que troté ese último día se me hicieron mas largos de lo normal y acabé con una sensación de cansancio nada halagüeña. ¿Iba a resistir mas de cuatro horas corriendo si en menos de una  estaba para el arrastre? Preferí no darle muchas vueltas al asunto.

El jueves, para entrar en harina, me presenté en unas charlas que daban  sobre diversos temas para participantes en la carrera. No estuvo mal. Hablaron sobre estiramientos e hicimos unas sesiones prácticas en las que, aparte de comprobar mi nula flexibilidad, aprendí el nombre y ubicación de algunos músculos que solo me sonaban de oídas.

En el mismo foro, el viernes, después de una charla sobre zapatillas, habló un especialista en nutrición. Esperaba con interés oír algún consejo práctico sobre qué comer antes, durante y después de la carrera. Y si, consejos nos dio, pero para mi que tenían mas de teóricos que de prácticos. Que si solo hay que comer productos integrales, incluidos el pan, el arroz y la pasta, que si de embutidos nada y el jamón solo de bellota (¡nos ha jodido!), que si evitar la leche y sus derivados, que si los cereales del desayuno hay que hervirlos antes porque sino son indigestos (o sea, que hay que convertirlos en papilla para bebés), que si el azúcar, chocolate y dulces ni probarlos (con lo laminero que soy), que si nada de agua del grifo, solo mineral, etc. Es decir, lo que se dice una dieta supersaludable, aburridísima y solo apta para bolsillos desahogados. Excesiva en cualquier caso para mi gusto. Porque, como diría mi mujer, tampoco es cuestión de hacerse de 200 años. Pero ya lo que  acabó de desconcertarme fue que pusiera al mismísimo Rafa Nadal como  ejemplo de lo que no hay que hacer mientras se practica ejercicio: comer plátano, con lo indigesto que es. (!?) Volví a casa con mas dudas que otra cosa. Esa noche cené pizza.

El sábado tenía un menú  rico en hidratos de carbono que ya había programado antes de la charla del día anterior: arroz blanco y pechugas rebozadas para comer,  y pan (normal) con tomate y jamón serrano y un poco de queso para cenar. Aparte de fruta y bebida isotónica a discreción . Salvo esto último, me lo comí todo con una ligera aprensión, al contravenir de forma tan flagrante los mandamientos que me habían sido revelados el día anterior.

Y llegó el gran día. Siguiendo la recomendación generalizada, apoyada también por el nutricionista,  había que desayunar bien unas tres horas antes de la carrera. Así que a las cinco y veinte sonó el despertador y me puse al tema. No tenía nada de hambre, pero me comí un par de peras y un bol de leche con colacao y cereales (sin hervir, ¡inconsciente de mi!).  Volví a la cama con intención de dormir un rato, pero entre la tripa llena y los nervios no pude pegar ojo. Afortunadamente en esta ocasión al menos no tuve dudas respecto a la indumentaria: el día se presentaba templado y con el viento en calma, por lo que la camiseta sin mangas de mi equipo, el Grupo7:45,  fue mi única opción. A las siete y veinte ya estaba en la parada del tranvía, donde me encontré con José Ignacio, colega de grupo. Durante el recorrido hacia el Parque Grande se fueron incorporando otros muchos corredores hasta llenar los vagones casi por completo. El ambiente era total.

Junto a la linea de salida nos hicimos unas fotos de grupo y nos deseamos suerte unos a otros. Faltaban solo unos minutos para el pistoletazo cuando me asaltó la clásica duda en estos casos: ¿Debería ir al baño por última vez? . (Continuará)

jueves, 8 de agosto de 2013

Lecturas veraniegas

En estas fechas es habitual encontrarse en cualquier periódico o revista  con una lista más o menos extensa de libros recomendados para el verano. Esta lista varía mucho dependiendo del destinatario natural de cada publicación, pero me da la impresión de que en muchos casos los que las redactan ni siquiera se han leído los libros que en ellas aparecen. Se limitan a transcribir textualmente las reseñas de las contraportadas. Además seguro que detrás de más de una de estas listas hay intereses editoriales que poco tienen que ver con el espíritu veraniego y desinteresado que sugieren las fotos de playas y sombrillas que suelen acompañar al texto.

A mi lo de leer en la playa es algo que no me va. Prefiero mil veces el frescor de una alcoba en penumbra a la hora de la siesta.
Pues aquí va mi lista, la de un lector de a pie que sólo lee libros por placer, y si me apuran  por ese nebuloso afán de culturizarse que todo el que ha sentido alguna vez curiosidad por algo lleva grabado en los genes. Esto último, ya digo, como efecto colateral si se da el caso.

Como se verá, si es que alguien lee esto, no se trata estrictamente de una lista de recomendaciones, si no mas bien de una serie de libros que  he leído  en lo que va de verano (y parte de la primavera), mi opinión sobre ellos y las azarosas circunstancias por las que fueron a caer en mis manos. 


La sombra del Meridiano, de Lorenzo Silva

Este libro me lo regaló mi mujer para el día del padre: decepcionante totalmente: No como regalo si no como libro. No se si después de haber leído y disfrutado de toda la saga de la singular pareja de guardias civiles Bevilacqua y Chamorro esperaba algo más, o es que el bueno de Lorenzo Silva se está repitiendo. El asunto es que tanto la vulgar y manida trama como las alambicadas conversaciones y reflexiones de los protagonistas, que en su día me parecieron la mar de originales e inteligentes, no me provocaron esta vez mas que hastío y sopor. Premio planeta 2012. 


El luminoso regalo, de Manuel Vilas

De este libro ya hablé en su día en este blog, pero me resulta muy difícil hacer una valoración sobre él. En primer lugar porque Manolo es amigo mío. No un amigo íntimo, pero tampoco un conocido sin más. Mantenemos una buena relación, aunque esporádica, después de años de estar juntos en colegios y demás instituciones académicas. Últimamente hemos conectado a través del facebook, lo que le ha llevado  a leer alguno de mis textos e incluso a elogiar mi forma de escribir. Esto, viniendo de un escritor consagrado como él, y aun descontando el efecto "amiguete", me ha elevado el ego hasta cotas insospechadas. Pero es que Manolo, y aquí radica la segunda razón de mi dificultad para valorar esta novela, es un escritor con un talento extraordinario. Tan fuera de lo común es lo suyo que muchos entendidos lo comparan con escritores de culto de la talla de Joyce, Faulkner o Bolaño. Y ese es precisamente mi problema. Que nunca he podido leer un solo libro de estos autores. Y lo he intentado. No se si es falta de sensibilidad, o un bagaje literario escaso y mal seleccionado, o ambas cosas. El caso es que algo parecido es lo que me pasa con las novelas de Manolo. Y eso que esta última me la he leído entera.  Por suerte, incluso los que no pertenecemos a ese selecto club de lectores que tienen en su mesilla libros de los autores citados, o de Borges, o de Proust, podemos disfrutar sin problemas de los excelentes artículos que Manuel escribe habitualmente en el ABC, por ejemplo, o de sus personales, lúcidos  y siempre libérrimos comentarios con que nos regala casi a diario en su muro del facebook. Una novela compleja de un escritor excepcional.


Stoner, de John Williams

El tipo de letra con la que he escrito el título de esta magnífica novela no es casualidad. Es sencillamente uno de los mejores libros  que he leído en mi vida. Y es que tras lo simple de la historia que cuenta, la anodina vida de un  profesor de universidad a lo largo de la primera mitad del siglo XX, se esconde la esencia misma de la gran literatura, la que conmueve en lo mas hondo y le deja a uno un recuerdo indeleble. Me topé con esta obra maestra por recomendación de mi mujer, a la que se la prescribieron en un club de lectura. Imprescindible!


La cena, de Herman Koch

Esta la vi en el expositor de recomendaciones de la biblioteca municipal. Me llamó la atención lo simple del título y la lectura de la contraportada me decidió a llevármela a casa. Lo que empezó con una frescura y una brillantez esperanzadoras acabó desinflándose poco a poco hasta consumar un fiasco. No la recomiendo.

El grito de la lechuza, de Patricia Highsmith

Esta pequeña joya la encontré semioculta en la estantería de mi casa y no tengo ni idea de como fue a parar allí. Como no tenía otra cosa a mano la empecé a leer con  pocas expectativas, la verdad - una novela de suspense más - pensé. Mi sorpresa fue mayúscula y mi regocijo mayor cuando a las pocas páginas me vi envuelto en una trama tan original y emocionante que me enganchó sin escapatoria posible. Y es que el pulso narrativo, la tensión y la maestría en la caracterización de personajes son una combinación difícil de encontrar. Y nunca pasan de moda. Recomendable 100%

El zen del correr, de Fred Rohé

Más que un libro es un pequeño compendio de reflexiones con cierto trasfondo de espiritualidad sobre el asunto de la corrienda. Me lo prestó mi amigo Felix, compañero de trabajo y aficiones varias. Aunque está descatalogado desde hace años, puede encontrarse en internet.  No está mal. 


Un paseo con mi princesa, de Néstor Coscojuela

Este pequeño libro, del que ya he hablado aquí, me lo prestó mi amigo Pepe. Es una recopilación algo heterogénea de textos y poemas que el autor dejó escritos y que se publicaron a título póstumo. Hay algunos pasajes y pensamientos bastante impactantes, como por ejemplo: Nuestro destino es eterno, pero solo es eterno el olvido. Es por lo tanto el único destino posible. Curioso para cualquier lector y emotivo además para los que conocimos a Néstor.


Cumbres borrascosas, de Emily Brontë

A esta célebre novela, de la que por supuesto había oído hablar pero en la que no había reparado hasta hace unas semanas, llegué gracias a El luminoso regalo, de Manuel Vilas, en cuyas páginas se hacen continuas referencias tanto a los personajes como a la propia novela. Me la he acabado esta mañana entre sobrecogido y maravillado ante la historia mas perturbadora sobre la naturaleza humana que quizá haya leído nunca. Un clásico de obligada lectura.


Esto es todo de momento.


miércoles, 31 de julio de 2013

17 7:45 a las 6:30 y un traspiés

Después del domingo y del lunes, en los que tocaba descanso, ayer martes inicié mi cuarta semana de preparación para la maratón en compañía de mis colegas del grupo 7:45. Contando a mi joven esposa, que nos acompañó solo un rato por su horario de trabajo, alguien dijo que eramos 17. Todo un récord para un día entre semana. A las seis y media en punto apenas comenzaba a clarear cuando emprendimos la ruta  de los 8 puentes.

Llegando al Puente de Santiago. 

Pasando por la arboleda de Macanaz. La escasa luz, gente corriendo y un móvil no son la combinación ideal para sacar buenas fotos. Pero ahí queda el testimonio.

Dejando atrás el Puente de Piedra. El Ebro, a pesar de que  estos días lleva poco caudal, sigue siendo el Ebro.

Cruzando el puente Gimenez Abad, ya para encarar la vuelta por la orilla derecha del Ebro 


Pasarela sobre la desembocadura del río Huerva.

¡Ya faltan menos de 3km para acabar la ruta!
No se si con las fotos habrá quedado claro, pero lo que pretendía mostrar aquí es el tremendo gustazo que supone empezar el día corriendo, y más si vas acompañado. Y si el circuito es tan bonito como este, pues es que ya no se puede pedir mas. Lo de tener o no un objetivo, como el de la maratón por ejemplo, es lo de menos. Lo importante es vivir estos momentos.

Se me olvidaba lo del traspiés: Justo cuando ya llegábamos a la Pasarela del Voluntariado, en una zona que está entarimada parecida a la que se ve en la foto de la pasarela del Huerva, y en el preciso instante en que mi amigo Pedro me animaba diciendo "Venga Ramón, a ver si coges tablas", voy y me tuerzo un tobillo. Por suerte no fue demasiado grave. Por la tarde mi médico me puso una venda y me dijo que en cinco o seis días podría volver a correr. Menos mal. El próximo martes toca la ruta de los 8 puentes. Y no me la quisiera  perder.

jueves, 25 de julio de 2013

Mariano Hernández

Juro que cuando empecé este blog mi intención era exclusivamente hablar de la alegría de correr, y de vivir, y de cosas así. Pero las circunstancias han hecho que los obituarios se hayan convertido en una sección ya habitual. Y es que la muerte va haciendo su trabajo de forma paciente e inexorable, y casi siempre por sorpresa y a deshora, la cabrona, sin importarle para nada nuestros insignificantes planes mundanos.

Coincidí con el bueno de Mariano (Marianito le llamábamos entonces porque de crío y de jovenzuelo era un poco relamido) en la residencia donde estudiábamos (es un decir) en nuestra época universitaria en  Zaragoza. Lo de “es un decir” lo digo por Mariano y por mi, entre otros, que no éramos mucho de hincar los codos. Yo luego me he arrepentido de no haber aprovechado mejor el tiempo. Y no hablo sólo de estudiar.

Mariano en ese otro aspecto si que fue algo más lanzado que yo. Lo de salir de noche le iba bastante. Y así fue pasando de Marianito a Mariano: Lo más de la modernidad ochentera. Yo, aunque salía por ahí los fines de semana, llevaba otro rollo mucho más tranquilo.  Mas de una vez  me lo encontraba a las 7 de la mañana preparándose una sartén de patatas fritas para él solo después de una noche de marcha. Le volvían loco las patatas fritas,  en cantidad. Según él, cuando estaba en su casa, en Barbastro, todas las noches su madre le freía  una fuente para cenar. Y el tío no se engordaba nunca. Los hay con suerte. 

Mariano a finales de los 80. A nadie le sentaba tan bien aquel look entre The Cure y Golpes Bajos


Uno de los momentos más curiosos de nuestra vida en la residencia era el de la misa de los domingos. Don Fernando, buen hombre y con más paciencia que el santo Job, era el cura encargado de nuestra formación espiritual y sobre todo, de que aquello no se desmadrara demasiado. La misa empezaba a las 12 y la asistencia era obligatoria. Éramos unos diez o doce y era  frecuente ver a gente en pijama y con cara de no haber pasado muy buena noche. En esto Mariano, como muchos otros, no solía fallar. Y había un momento, tras la homilía creo recordar, en el que lo divino se hacía carne y Mariano decía:  -Que le voy a dar la vuelta al pollo-  a lo que Don Fernando asentía con una leve inclinación de cabeza. Y se ausentaba unos minutos durante los cuales sospecho que aparte del pollo, se ocupaba de aligerar de patatas la bandeja del horno (Era un horno industrial). Y seguro que  también se fumaba un cigarro. ¡Ah! ¡Eso era vida! Y Mariano de eso, sabía.

En este vídeo se puede ver un resumen de un reportaje fotográfico que le hice a Mariano en 1987. El año que quise ser fotógrafo.

martes, 16 de julio de 2013

Néstor

Néstor era un compañero de instituto que no recuerdo que destacara por nada especial, salvo por estar dotado de una inteligencia superior. En aquellos años, finales de los 70, no debían de tenerse muy en cuenta estas peculiaridades, aunque sospecho que ahora tampoco demasiado. Así que a base de aburrirse como una ostra acabó el instituto y se fue a Zaragoza donde sacó la carrera de física sin despeinarse. Después algún cazatalentos lo fichó para Ibercaja o la Cai, ahora no recuerdo, para el incipiente departamento de informática.

Néstor en su época de estudiante de bachillerato en el Seminario de Barbastro
No se exactamente lo que pasó pero a los pocos años dejó el trabajo aquejado de alguna dolencia, imagino que del alma. Melancolía, quizá. No lo se. Cuando me lo encontraba por Barbastro nos saludábamos e incluso conversábamos sobre cualquier asunto trivial, pero nunca le pregunté sobre temas personales. 

Un tiempo después de su temprana muerte en 2007 su familia accedió a su ordenador personal y encontró una obra escrita que hablaba de la rica vida interior de su autor. Algunos de esos textos fueron recopilados y editados en un pequeño libro titulado "Un paseo con mi princesa". Mi amigo Pepe me prestó un ejemplar que me leí de una sentada, aquí dejo un pequeño relato extraído del libro.

Gracias Nestor.



miércoles, 10 de julio de 2013

Los maratones son para el verano

No es que se celebren  muchos maratones en julio y agosto, al menos por estas latitudes, pero a partir de septiembre si que hay unos cuantos. Como por ejemplo el de Zaragoza, que se disputa el día  29 de  ese mes. El asunto es que he decidido correr mi primera maratón. O por lo menos ese es mi objetivo. Y en cuanto al lugar mas apropiado no he tenido ninguna duda: Como en casa en ningún sitio. Soy bastante perezoso para los viajes, la verdad. De las 18 carreras que he corrido hasta la fecha todas  han sido en Zaragoza, mi residencia actual, o en Barbastro, mi pueblo.

Pero la cosa  es que si uno pretende correr 42 km de una tirada tiene que prepararse en serio. Y mas si es la primera vez. Así que no queda otra que pegarse todo el verano entrenando. De ahí el título.

Cruzando la meta en mi primera media del Somontano en 2010 flanqueado por mis hijos. Desgraciadamente este año no podré correr mi cuarta edición consecutiva ya que está prevista justo para la víspera del maratón de Zaragoza.
Hay cientos de planes para preparar una carrera como esta. Entre todos ellos he elegido el más cómodo que he encontrado: en las 12 semanas que me quedan tengo que correr unos 450 km, algo menos de 40 km a la semana. Ya veremos si al final consigo mi propósito. Al menos lo intentaré.  Eso si, mi idea es correr todos esos km, o su inmensa mayoría, antes de las 8 de la mañana. Tampoco es cuestión de acalorarse.

miércoles, 12 de junio de 2013

¡Házlo por la mañana!

Así reza el eslogan de la última campaña de una marca de ropa para jovenzanas. No es la clase de prendas que suelo llevar, pero la recomendación y el espíritu de la campaña me parecen perfectos.

Esto viene a cuento de que con la llegada de los calores esta mañana he iniciado mi tercera temporada de madrugones atléticos. A las 5:45 ha sonado el despertador. Tras unos minutos de indecisión, más que justificados,  me he levantado decidido y me he calzado las zapatillas. A las 6 estaba en la calle y las dudas se han disipado al instante.

El frescor del amanecer, el canturreo de los pájaros, la suave luz, hacen que el trotar a esas horas se convierta en algo realmente vivificante. Nada que ver con pegarse una sudada a las 8 de la tarde esquivando  gente, moscas y calor, mucho calor. Como una imagen me parecía insuficiente para captar todo esto, he   grabado este pequeño vídeo esta misma mañana. ¡Imprescindible activar el sonido!


Así que para celebrar el momento, mientras corría iba pensando en el título que le pondría a esta entrada, que como expliqué en el articulillo anterior, es lo primero que hago cuando planeo escribir algo. A pesar de lo sugerente  de la situación  sólo se me ocurrían ripios como "Para correr en verano, levántate temprano" y cosas así. Hasta que me ha venido a la cabeza la campaña de Desigual: "Hazlo por la mañana", que aprovecho para recomendar al que no la haya visto. Y el que no la quiera ver, pues se la cuento. Va de unas guapas jovenzuelas que comienzan el día  con la jovialidad y buen ánimo que no da una simple taza de Special-K. O sea que se han dado un buen revolcón y así de contentas están las mozas. Y es que un buen polvo le levanta la moral a cualquiera. Y si es antes de empezar el día, pues miel sobre hojuelas. En fin. Un mensaje intemporal que por obvio no deja de ser pertinente recordar. A cualquier hora.



Total que, volviendo  al punto donde lo dejé,  lo de echarse a correr pronto por la mañana es de lo mejor que uno puede hacer en verano. Salvo que se nos presente a esas horas una alternativa más estimulante, que, en mi opinión,    jamás deberemos desaprovechar. Aunque estemos preparando la carrera más importante de nuestra vida.

viernes, 31 de mayo de 2013

Cosas que no he escrito

No alimento este blog con la asiduidad que sería conveniente. Y no es que la cabeza me deje de dar vueltas. Es que las circunstancias cotidianas se ocupan de tenerle a uno entretenido, o preocupado, o angustiado, o simplemente distraído con las mil y una cosas que conforman esto tan interesante que llamamos vivir.

Pero aun en medio de ese ajetreo diario, hay momentos en que me paro y pienso que estaría bien escribir algo sobre tal o cual asunto. Y es entonces cuando empiezo a pergeñar la idea que luego no siempre llega a consumarse en forma de entrada en este pequeño blog. Una pena. Pero como una vez que tengo  esbozado el asunto lo primero que hago es buscar un título adecuado, pues puedo, hoy que tengo tiempo, presentar someramente algunas de esas entradas non natas que me han rondado por la mollera últimamente. Quizá en algún momento retome alguna de ellas más a fondo. Quién sabe.

Un tranvía llamado Z

El tranvía de Zaragoza genera encontradas opiniones respecto de su idoneidad, coste, trazado, etc. A mi me parece un acierto total. Y no solo por el tranvía en sí, sino, como sucedió con la Expo 2008, por todo lo que lleva aparejado. El tranvía es también una vía verde que cruza Zaragoza de norte a sur.

Vía verde por la que circula el tranvía delante de mi casa. Ahora puedo ir al trabajo en bici  sin salirme del carril correspondiente. Un privilegio. Lo recononzco. 


El inusitado auge de la corrienda

Donde hablo de la creciente afición por esto del correr y sus posibles causas, etc. Como ya he comentado estos temas en varias entradas anteriores, que recopilo en la página "Hablando de correr", pues tampoco es que se trate de una gran novedad. Pero el título me parece una pena que se pierda. Así que aquí queda escrito. Por lo menos hasta que llegue el día del "Gran Apagón".

El Gran Apagón

Esta se me acaba de ocurrir ahora mismo. Pero seguro que la retomo, pues es una idea que barrunto hace tiempo. El asunto es que, tarde o temprano llegará un día en que todo este tinglado del internet, google, los móviles, el agua caliente, la luz eléctrica, etc, desaparecerá y ...

París bien vale una entrada

Aquí iba a contar mis impresiones de un fugaz viaje a la capital de la France que hice hace poco. Con las fotos que subí al facebook puede ser suficiente.


El corredor fantasma. 2ª parte

En esta iba a desvelar quien era el corredor fantasma del que hablé en su momento. Pensé que estaba claro, pero por los comentarios recibidos, parece ser que no todos lo vieron así. Mejor dejarlo como está en cualquier caso.

Si uno va en bici al trabajo y esta todo el día corriendo de aquí para allá, ¿es un duathleta?

Una tontería que no creo que merezca mayor desarrollo.



Bueno. Esto es todo de momento. Hasta la próxima.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Una refrescante mañana de carrera

Zaragoza es uno de los lugares menos lluviosos de España. Aun así hay sitios y momentos en los que uno parece encontrarse en latitudes mucho más húmedas. Está semana ha estado lloviendo  tres días sin parar. Violeta, que es alemana me dijo que ese era el tiempo normal en Düsseldorf, lo que confirmó mi añoranza por esas tierras. Aunque nunca las haya visitado. 

Después de 10 días sin calzarme las zapatillas hoy me he desquitado. Ha sido una mañana perfecta. Con los amigos del grupo 7:45 hemos iniciado el recorrido habitual por la ribera del Ebro hacia los Galachos de Juslibol. Uno de esos sitios por los que da gusto correr o pasear una mañana de domingo.



El terreno estaba mojado pero la temperatura era ideal.

El río Ebro todavía baja caudaloso después de tres meses de crecidas sostenidas

Internarse en los Galachos  es uno de los recorridos más gratificantes que se pueden hacer en Zaragoza. 

Al final 16 kilómetros de ritmo suave y conversación agradable. Y a las 9: 30 en casa. Una gozada.

jueves, 18 de abril de 2013

El luminoso regalo de los 51

Pues sí. Ya hace un año desde que, con ocasión de mi 50 aniversario,  me planteaba la penosa disyuntiva de  decidirme entre  un Ipad o una guitarra como regalo. Hoy estoy más que satisfecho de haber elegido la guitarra. Aunque quizá mi familia no pensará lo mismo. El caso es que me han caído los 51, y siendo un número tan poco singular, y después del exceso de la cincuentena, la ocasión no requería de mayores agasajos.

Se dio la circunstancia de que el martes de la segunda semana de abril un antiguo compañero de colegio, de instituto y de residencia universitaria presentaba un libro en la FNAC. Hasta ahí todo normal. El problema era que los dos últimos libros suyos que había comprado los tuve que dejar sin acabar de leer. Y no soy de los que compran libros por comprar. Aunque me cueste, procuro amortizar la inversión a toda costa. Pero como digo, con esos dos no pude. Imposible.

Tapa de la última novela de Manolo Vilas.

A pesar de esos antecedentes, algunas críticas sobre su última novela que hablaban de un giro en su obra, la buena tarde que hacía y que me encontrara casualmente por el centro,  hicieron que me decidiera. Para hacer hora me metí en el Palacio de Sástago, justo en frente de la FNAC, más con la esperanza de encontrar unos servicios donde aliviar mi vejiga que de culturizarme con lo que allí se exponía. Y mira por donde que aparte de no encontrar un WC por ningún lado, me topé con la  monumental y para mi desconocida obra pictórica de Cristóbal Toral. Me quedé anonadado. Ya con aquella sorpresa inesperada tenía amortizada la tarde. Salí del palacio culturalmente satisfecho, pero con una necesidad ya perentoria de ir al lavabo. Me asomé a una heladería smooy y vi el ansiado pictograma al fondo del establecimiento. Salí de allí tan exultante como de mi visita al Palacio.

El acto estaba previsto para las 21h. Me presenté unos minutos antes y me acomodé en la última fila de la sala cerca de la puerta. Un sitio discreto por si se complicaba la cosa. Hice bien en llegar pronto por que al cuarto de hora  todavía no había empezado el asunto y al fondo se acumulaba gente de pie. Al poco vi entrar a María Ángeles, la mujer de Manolo y estuvimos departiendo un poco. Estaba muy guapa y así se lo hice saber. Llegaron por fin los oficiantes y empezó el cotarro. Todo fue muy en la línea que esperaba: alta literatura para literatos. No era mi hábitat natural, estaba claro, pero al margen de ciertas  referencias que no entendí, el acto estuvo entretenido y consiguió que me picara la curiosidad por el libro. Al final me encontré con otro antiguo compañero de residencia, Jimmy, al que no veía desde hacía décadas y que me dijo andaba por Berlín. Me alegró verlo.

Total que, aunque no era mi intención primera, animado por el ambientillo y ante las promesas del propio autor de que este sí me iba a gustar, acabé comprando el libro dedicado con un "...que disfrutes del luminoso regalo...".  Espero que así sea, porque cuando llegué a casa mi mujer y yo convinimos en que ese podía ser mi regalo de cumpleaños. Cuando lo lea, y espero hacerlo pronto, contaré si  he acertado este año como lo hice el año pasado. Y si no es así, te lo haré saber Manolo.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Gregorio Serna. El hombre tranquilo.

Así era mi cuñado. Como John Wayne en aquella película. Con ese carácter afable y paciente que distingue a esa clase especial de hombres grandes, fortachones, que uno quisiera tener siempre al lado en caso de apuro. 

Y como en casi todas las películas, junto al "bueno" siempre hay algún personajillo puñetero que se dedica a poner a prueba la paciencia del protagonista. Como por ejemplo yo.  La de veces que habré chinchado a mi buen cuñado Goyo con cualquier excusa. Un tema recurrente era su incipiente calvicie: Siempre que le sacaba el asunto me respondía impertérrito que el no era calvo, que era donante de pelo. Era así de socarrón. Otro tema habitual era el fútbol, que aunque personalmente me la refanfinfla,  me brindaba la ocasión de restregarle los triunfos del Barcelona, sabiendo que el era madridista. Y ni por esas. Goyo nunca perdía la calma. Jamás me respondió desairadamente. Ni siquiera me miró mal. Aunque en alguna ocasión me hubiera merecido algo más que eso. Pero nada. Goyo era un caballero, y como tal, no se metía con los de categorías inferiores.

Cada vez que iba a su casa se me echaba encima una perra pequeña que tienen. Así que solía entrar refunfuñando y maldiciendo al pobre animal. A lo que Goyo, solía corresponder ofreciéndome un café bombón,   uno de mis vicios confesables.

En fin. Que si Goyo era así de sufrido y considerado con un tipo como yo, imaginaos como sería con la gente normal.

El último día que pude conversar con él fue en la UCI del hospital de Barbastro. Entre otras cosas estuvimos hablando de un partido de padel que teníamos pendiente hacía tiempo y que tendríamos que dejar para cuando se hubiera recuperado. 

Dos días más tarde una ambulancia, como las que él venía conduciendo desde hace años siendo voluntario en la Cruz Roja, lo trasladó a Zaragoza de urgencia. Y allí resistió una semana. Luchando contra un enemigo despiadado y cobarde. Un estafilococo nosecuantos. Un jodido e insignificante microbio contra el que no se pudo hacer nada.

Este era Goyo cuando lo conocí por vez primera en el colegio. Era un año más joven que yo, así que no traté con él demasiado.  Quien me iba a decir que  años más tarde  íbamos a ser familia y que su pérdida iba a ser uno de los momentos más duros que me han tocado vivir.

Esta Semana Santa en Barbastro, si os fijáis un poco, podréis oír un tambor cuyo redoble brilla por encima de los demás. Y un bombo cuyo pulso atronador haría callar a Calanda entera. Y sabréis que es Goyo, que sigue más vivo que nunca  en el corazón de sus dos hijos. Y en el de tantos otros que tuvimos la suerte de ser sus familiares y amigos.


martes, 26 de febrero de 2013

Balneario

Esta mañana he viajado hasta el balneario de Panticosa. A 10º bajo cero la nieve y el silencio lo cubrían todo.


Más de una semana han estado incomunicados trabajadores y clientes en este lugar a raíz de las últimas nevadas.  


El lago helado cubierto de nieve. Algún intrépido se ha aventurado a caminar por encima. No me he acercado a ver si entre las pisadas del centro había una zona quebrada y alguien debajo del hielo mirando con los ojos muy abiertos.

Aún se conservan parte de la construcciones originales de la época de esplendor del Balneario, como casa Bello .
He visitado este impresionante lugar unas cuantas veces y siempre me he sentido sobrecogido por  una sensación de paz, de aislamiento, provocada sin duda por lo recóndito del enclave rodeado de imponentes cumbres que apenas dejan ver el sol.

Curiosamente, la misma sensación  se respira al leer la novela cuya cubierta reproduzco a continuación y que por puro azar cayó en mis manos hace unos cuantos años. A pesar de  lo vetusto de la edición original de 1954 y del olor a moho del ejemplar, me picó la curiosidad ver que se trataba de una historia ambientada en el balneario de Panticosa.

Un libro que transporta al lector a lo que debió ser una estancia en el balneario en los años 50. Puro relax. 

Ramón Salanova escribió esta curiosa novela que discurre íntegramente en el balneario de Panticosa. 

lunes, 11 de febrero de 2013

Matrimonio de conveniencia

Hace un par de semanas que formalizamos nuestra relación. No hubo ceremonia ni nada por el estilo. Cumplimenté los datos que me pidió el secretario y tema resuelto.

Lo nuestro empezó hace cosa de un par de años. Parece que fue ayer. Coincidimos en el parque una tarde de verano y así, como quien no quiere la cosa empezamos a salir juntos algún fin de semana. Siempre a la misma hora.

En este tiempo hubo días, incluso meses en los que por dejadez no me presenté a la cita. Y aun así nunca oí un reproche ni vi un mal gesto. Cada vez que volvía era recibido con una sonrisa. 

Total que cuando vi la oportunidad de legalizar el vínculo no me lo pensé dos veces. ¿Quien se hubiera resistido a una propuesta así?

Este domingo acudí puntual a la cita. Estaba amaneciendo. Y allí estaban mis amigos del grupo 7:45. Y todo volvió a ser tan nuevo, tan intenso como la primera vez.



miércoles, 23 de enero de 2013

Mystic River

Río Ebro en Zaragoza. Punta de la crecida con un caudal de 1800 metros cúbicos por segundo
Esta mañana el río Ebro mostraba el magnífico aspecto que se puede ver en la fotografía de arriba. Un espectáculo digno de ver. Hace 6 años que no se veía una riada de esta envergadura. Aun así, el caudal no ha alcanzado el límite de los 2000 metros cúbicos. Lo que quiere decir que no se ha salido de su cauce, según la legislación vigente.

Por mucho que intentemos confinarlo, cuando el río crece de verdad, de poco sirven las débiles barreras con las que intentamos defendernos de la fuerza de sus aguas. En esos momentos el río  vuelve por sus fueros. A por lo que ha sido, es y será suyo. Y le trae sin cuidado lo que esta insignificante y desquiciada civilización pueda perpetrar para intentar doblegarlo. Para él solo habremos  sido lo que para nosotros es un simple resfriado.

viernes, 11 de enero de 2013

El corredor fantasma

Hace un mes más o menos me paso una cosa realmente curiosa mientras corría por el parque del agua.



Había sido una semana bastante aciaga en la que, por una cosa o por otra, no había salido a entrenar ni un solo día. Para rematar la faena el viernes fuimos a cenar a casa de unos amigos que nos agasajaron con una parrillada de carnes a la brasa  a base de chorizo, morcilla, longaniza, panceta, etc, etc. No soy de los que quedan mal cuando se les invita a cenar, así que  me comí al menos una ración de cada, de tamaño regular. Algo salvaje.

El sábado por la mañana mi mujer y yo nos fuimos a correr un rato para intentar paliar de alguna manera las secuelas de la noche anterior. Pero es que el domingo también estábamos invitados a comer a casa de otros amigos, por lo que decidimos salir a correr también ese día. Esta vez fuimos por separado porque ella prefería  llevar un ritmo más tranquilo.

Total que a eso de la una del mediodía me tiré a la calle dispuesto a hace mi circuito habitual por la margen derecha del meandro de Ranillas. Hacía una buena mañana. Llegué hasta el puente del tercer milenio y me di la vuelta  rumbo a casa. A esas horas, ya sería la una y media, apenas quedaba nadie paseando por allí, y menos corriendo. En esas fechas todavía no había enviado mi Garmin a la casa por lo de la correa, así que iba sin reloj de lo más relajado. Hasta que lo vi  unos metros delante de mi.

Era un tío más o menos de mi edad y corría con un chandal tipo Rocky de algodón gris. Tenía una forma de correr poco ortodoxa, de esas que parece que van sufriendo una barbaridad. Ahí está mi presa, me dije mientras aceleraba un poco el ritmo para darle caza. No me costó mucho adelantarle, pero noté que cuando me puse a su altura incrementó un poco el ritmo. Ya delante de él me puse a tirar un poco con el fin de dejarlo atrás y así relajarme ya en lo que me quedaba hasta casa, que serían unos 4km.

Pero el tipo debió picarse, porque le oía resoplar detrás mío a pesar de que yo no había aflojado el ritmo de adelantamiento. No era cuestión de dejarme pasar a estas alturas, así que decidí echar el resto. Me puse a tirar a ritmo de carrera. Si quería pelea la tendría. Quedaban apenas 2km para llegar a casa y no conseguía despegarme de él. No me atrevía a mirar para atrás. Faltaba solo un km para el puente de la autopista. Allí el camino hace un quiebro en subida y podría verle la cara.

Llegué resollando a ese punto, y cuando volví la mirada desde el puente, no había nadie. Ni cerca ni lejos. Todo el camino estaba desierto. Me quedé perplejo. ¿donde se había metido el tipo del chandal gris?

Mientras recuperaba un poco el aliento empecé a darle vueltas a lo que me había ocurrido. Nunca me había pasado algo así. Tiene huevos la cosa. Casi reviento, por picarme con un fantasma.